OLEKSANDRA MATVIICHUK: DIÁLOGO SOBRE LA OCUPACIÓNCON UNA DEFENSORA DE LOS DERECHOS HUMANOS

La entrevista tuvo lugar en Kyiv en agosto del 2024, conducida por Volodímir Kadygrob y Anna Malykhina, y editada por Kateryna Korchynska y Nadiia Dryzytska..

Oleksandra Matviichuk, defensora de derechos humanos y directora del Centro para las libertades civiles de Ucrania, ha pasado más de una década documentando el impacto desgarrador de los crímenes de guerra en los territorios ocupados. Galardonada con el Premio Nobel de la Paz en 2022, utiliza la atención que el premio le ha proporcionado para exponer la verdadera naturaleza de la ocupación: se trata de una cara de la guerra que perpetúa el sufrimiento humano de formas ocultas y brutales. Matviichuk usa su altavoz para dar a conocer relatos en primera persona y extensa documentación sobre los crímenes de guerra rusos durante la invasión que sigue en curso en Ucrania, contrarrestando la idea errónea de que la ocupación comporta un aligeramiento de la violencia.

Oleksandra Matviychuk en Kyiv, otoño 2022. Foto de Yulia Veber.

He estado documentando crímenes de guerra en los territorios ocupados durante diez años. Además, debido a la naturaleza de mi trabajo, viajo extensamente y hablo en diversos foros y plataformas internacionales. Y veo cómo en el exterior la comprensión de lo que realmente es la ocupación difiere drásticamente de la realidad que documentamos. Algunas personas en el extranjero tienen una percepción ingenua de pensar que como la guerra es probablemente una de las peores cosas que pueden suceder en la vida de una persona, la ocupación, aunque mala, es mejor que la guerra porque desacelera el sufrimiento humano. Pero nuestra experiencia demuestra claramente que esto está lejos de la verdad. La ocupación es simplemente la continuación de la guerra por otra vía. La ocupación no disminuye el sufrimiento humano; lo hace invisible. 

Durante estos diez años, y especialmente durante los primeros años de la guerra, nos centramos en los tipos de crímenes de guerra que son comunes durante la ocupación, como la detención ilegal, el secuestro, la tortura, la violencia sexual y el asesinato de personas en territorios ocupados. También documentamos diversas formas de persecución con motivaciones políticas, y hacemos seguimiento de los casos. He entrevistado personalmente a cientos de personas que en algún momento fueron liberadas de su cautiverio. Compartieron detalles espeluznantes de cómo fueron golpeadas duramente, violadas, encerradas en cajas de madera, cómo les cortaron extremidades, arrancaron uñas, aplastaron rodillas, les conectaron aparatos eléctricos a los genitales y las obligaron a escribir con su propia sangre. Una mujer nos contó cómo intentaron sacarle un ojo con una cuchara.

Y cuando documentas todo esto, comprendes plenamente que, incluso en el contexto de una guerra, no existía ninguna razón legítima para estas acciones, ni había necesidad militar alguna que las justificara. Los rusos cometieron todos estos actos horribles simplemente porque podían.

Así que la ocupación es una zona gris donde una persona no tiene manera de protegerse, de proteger sus derechos, su libertad, su propiedad, su vida o la vida de sus seres queridos. Por eso, cuando hablo en foros internacionales y expongo lo que documentamos en los territorios ocupados, siempre intento explicar que la ocupación no se trata solo de cambiar una bandera nacional por otra. La ocupación rusa significa entre otras cosas secuestros violentos, violaciones, torturas, la negación de tu propia identidad, la adopción forzada de tus hijos, campos de filtración y fosas comunes.

Cuando me quedé en Kyiv en febrero y marzo de 2022, en un momento en que las fuerzas rusas intentaban rodear la ciudad y habían ocupado varias localidades de la región de Kyiv, nosotros (el equipo del Centro para las libertades civiles) nos negamos a ser evacuados y continuamos documentando los crímenes de guerra. Aquí algunos ejemplos de cómo es la vida bajo la ocupación rusa.

Oleksandra Matviychuk pronuncia el discurso titulado «Discurso a Europa» con motivo del Día de Europa. Viena, Austria, 9 de mayo de 2023.  Foto: Centro para las libertades civiles.

March 2022 in the occupied town of Bucha, the Kyiv region. A father and his son cycled to the town Marzo de 2022, en la ciudad ocupada de Bucha, en la región de Kyiv. Un padre y su hijo iban en bicicleta hacia el centro de la ciudad en busca de ayuda humanitaria. En ese momento, las personas del pueblo se escondían en sótanos y no tenían víveres. Los soldados rusos los pararon, y ellos se detuvieron de inmediato. Era evidente que eran civiles en bicicleta, incluso levantaron las manos (como luego relató el hijo). Pero los soldados rusos abrieron fuego a quemarropa, matando al padre e hiriendo al hijo. Lo hicieron simplemente porque quisieron, a pesar de que no había ninguna razón ni señales de agresión, ni siquiera no verbales, tan solo civiles asustados buscando comida para sobrevivir.

Otro ejemplo, también de la región de Kyiv: Yelysei Ryabokon, un niño de 13 años con su hermano pequeño y su madre. Cuando comenzó la invasión a gran escala, como muchas otras personas, la madre pensó erróneamente que sería más seguro estar en un pueblo que en una ciudad grande, así que llevó a sus hijos al campo. Sin embargo, resultó que los rusos ocuparon ese pueblo concreto en la región de Kyiv. La familia pasó varios días escondida en un sótano sin luz, bajo explosiones constantes, sin agua ni alimentos. La madre se dio cuenta de que debía sacar a los niños de allí. 

Fue entonces cuando se acercó a los soldados rusos y les suplicó que le permitieran llevar a sus hijos a un lugar seguro. Finalmente, le dieron permiso e incluso la despidieron con un gesto de la mano. Pero cuando un par de coches con mujeres y niños comenzaron a moverse, los soldados rusos abrieron fuego repentinamente contra ellos. Los vehículos se detuvieron de inmediato, las puertas se abrieron y las personas comenzaron a caer al suelo en medio de la carretera. Entre las víctimas de la ocupación estaba Yelysei Ryabokon, un niño de 13 años.

La madre relató que, tras el ataque, todos fueron enviados de regreso al pueblo y ni siquiera le permitieron recuperar el cuerpo de su hijo. Más tarde, tampoco le permitieron enterrarlo en el cementerio, por lo que tuvo que cavar una tumba improvisada en el jardín de su casa. Todo lo que le queda de su hijo es un gorro rojo, perforado por balas, y una camisa blanca que habían usado sobre los abrigos de los niños para indicar que eran civiles.

Ahora una historia en la que estaba trabajando mi amiga, la escritora Viktoriia Amelina antes de ser asesinada en un ataque aéreo ruso dirigido a un café en Kramatorsk. Ella estaba trabajando en un reportaje sobre su colega escritor de literatura infantil Volodímir Vakulenko, autor de obras maravillosas para niños. Toda una generación de niños y niñas ucranianos creció leyendo su «Libro del Padre». Pues durante la ocupación rusa, Volodímir desapareció. 

Su familia pensó que estaría en cautiverio, como muchos otros miles de civiles ucranianos. Pero cuando el ejército ucraniano expulsó a los rusos de la región de Kharkiv, se descubrieron fosas comunes en un bosque cerca de Izyum que contenían cadáveres de hombres, mujeres y niños civiles. Al realizar la identificación de los fallecidos, se reveló que en la fosa número 319 yacía el Volodímir Vakulenko.

Antes de su arresto había logrado enterrar su diario, que mi amiga Viktoriia encontró cuando los equipos de documentación móvil visitaron las zonas liberadas de la región de Kharkiv. Y nuevamente surge la misma pregunta: ¿por qué matar a un autor de literatura infantil? La respuesta es siempre la misma: simplemente porque podían.

De manera similar, se puede recordar cómo, en la región de Kherson, en el otoño de 2022, los rusos mataron al director de orquesta y compositor Yurii Kerpatenko. La razón fue que se negó a participar en un supuesto «concierto internacional» que Rusia organizó en el territorio ocupado. Simplemente dijo «no», y eso le costó la vida. Esa es la realidad de la vida bajo la ocupación. No solo tienes que abstenerte de resistir a los ocupantes, sino que también tienes que hacer todo lo que ellos te exijan.

Otro aspecto de la vida bajo la ocupación son los intentos de eliminación de tu identidad. Recuerdo haberme reunido con maestros de una escuela en Berdyansk, una ciudad en el sureste del país actualmente bajo ocupación. Las maestras y maestros recordaron cómo, cuando los soldados rusos llegaron a su escuela, lo primero que exigieron fue que se entregaran todos los libros de lengua e historia ucraniana para quemarlos y reemplazarlos de inmediato con libros sobre lengua e historia rusa, según la interpretación falseada de la historia por parte de Rusia.

Cuando nuestros equipos móviles visitaron los territorios liberados, nos explicaron  cómo las personas habían recuperado símbolos ucranianos que habían tenido que mantener ocultos. Por ejemplo, la bandera ucraniana, que había sido enterrada en el jardín dentro de un frasco de vidrio de tres litros. Es verdaderamente difícil de imaginar. Piensa, por ejemplo, que vives en Francia, que eres ciudadano francés y que podrías ser torturado hasta la muerte solo porque se encontró la bandera nacional de tu país en tu casa.

Algo que normalmente no se ve son las historias de movilización forzada en el ejército ruso. El 23 de febrero de 2022, apenas un día antes de la invasión a gran escala, emitimos un llamado de ayuda a las organizaciones internacionales debido a que comenzamos a recibir decenas y decenas de mensajes de personas en los territorios ocupados de Luhansk y Donetsk diciendo que estaban siendo obligadas a unirse al ejército ruso.

Es la política del imperio: ocupar tierras extranjeras, quebrantar a las personas y reclutarlas a la fuerza en el ejército ruso, usándolas como nuevos recursos para seguir avanzando y ocupando aún más territorio. Este proceso continúa hasta hoy y va en aumento en los territorios ocupados desde 2022. Muy pocos en Occidente entienden que realmente no tenemos elección: o bien nos unimos a las fuerzas armadas ucranianas y luchamos por la oportunidad de preservar nuestra libertad, derechos y un estado independiente, o simplemente somos reclutados a la fuerza en el ejército ruso. Es una elección sin elección.

Otro tema importante es la persecución religiosa en los territorios ocupados. Hemos estado dando seguimiento a este tema desde los primeros días de la guerra. Rusia intenta proyectar una imagen al mundo de ser un defensor de los valores tradicionales, supuestamente un país muy religioso, pero en realidad, esto es un falso mito. Esta imagen no tiene nada que ver con la realidad. Rusia considera la religión como una categoría colectiva definida por la lealtad al Estado ruso. Por ejemplo, si una iglesia, como el Patriarcado de Moscú, está completamente controlada por el FSB, entonces se le permite existir, pero a todas las demás no.

Esta política se está implementando a la fuerza en los territorios ocupados. Iglesias, mezquitas, templos, sinagogas y edificios religiosos de diversas confesiones, denominaciones y organizaciones religiosas están siendo destruidos. Algunos de ellos son transferidos a la fuerza al control del Patriarcado de Moscú. En una antigua iglesia evangélica en Mariúpol los rusos han instalado una base militar. Los líderes religiosos se enfrentan a la persecución, y sus feligreses están siendo asesinados.

Por ejemplo, hace tan solo tres meses, el ejército ruso llegó a la casa del padre Stepan Podolchak, de 59 años. Él vivía en el pueblo de Kalanchak, que se encuentra en la región de Kherson, la cual actualmente aún se encuentra parcialmente bajo ocupación. Él era el rector de la iglesia, y el ejército ruso entró a su casa y lo puso todo de patas arriba, le cubrieron la cabeza con una bolsa y lo sacaron afuera descalzo. Dos días después, informaron a su esposa que el padre Stepan había fallecido: lo habían torturado hasta la muerte. Antes de su secuestro, él había dicho que los rusos le insistían persistentemente en que entregara la iglesia al Patriarcado de Moscú. Como sacerdote, les explicó con humildad que no podía traicionar su fe, su juramento ni a sus feligreses.

Otro tema son las historias de deportación masiva. Hemos visto esta política de reemplazo forzado de poblaciones en Crimea desde su ocupación en 2014. La población local, la que vivía allí antes de la ocupación, fue desplazada, y se han estado introduciendo varios programas de la Federación Rusa destinados a reubicar hacia Crimea a ciudadanos rusos de diferentes regiones. Se cambia la composición demográfica de manera planificada y se coloniza el territorio tomado a la fuerza. Esto sienta las bases para futuros problemas a largo plazo durante décadas, porque las personas que ahora viven en esa tierra no estaban allí antes sinó que han sido plantadas allí de manera artificial. A menudo, se mudan a casas y apartamentos de otras personas, completamente amueblados y con las pertenencias de los dueños anteriores.

Al mismo tiempo, también ocurre una expulsión forzada de la población ucraniana hacia diversas regiones de la Federación Rusa. Esto lo observamos a lo largo de 2022.

La deportación masiva de niños ucranianos también forma parte de esta política de naturaleza genocida. Para destruir un grupo nacional, ya sea total o parcialmente, no es necesario matar a todos sus miembros; basta con borrar su identidad, y ese grupo desaparecerá. Los niños son el grupo más vulnerable a un cambio de identidad, especialmente cuando son llevados a Rusia, colocados en campamentos de reeducación y luego entregados a familias rusas, donde se les dice que no son niños ucranianos, sino rusos.

Los rusos también utilizan los crímenes de guerra como un método para mantener en sumisión a los territorios capturados. Por eso, el terror contra la parte activa de la población civil es tan espantoso. La crueldad tiene un propósito específico. Cuando observas a las personas capturadas—sacerdotes, periodistas, ambientalistas, empresarios, docentes, alcaldes—ves que provienen de diversos grupos sociales. Pero todas estas personas eran activas y tenían autoridad en sus círculos profesionales y comunidades locales. Eso los hace peligrosos para los rusos, incluso sin tener ninguna intención de resistir la ocupación. Así que los líderes locales son eliminados o expulsados a la fuerza de estos territorios ocupados para mantener el control sobre ellos.

Esta estrategia claramente también tiene como objetivo enviar un mensaje a las minorías activas: o te vas, o te destruimos. Y a la mayoría el mensaje se repite: si ni siquiera intentas hacer algo, acabarás como ellos (las personas capturadas). Por eso el destino de las personas detenidas ilegalmente bajo la ocupación es tan terrible.

Esta violencia es demostrativa porque Rusia utiliza el miedo como herramienta. Así es cómo controla los territorios: con la ayuda del miedo.

Oleksandra Matviichuk con el equipo del Centro para las libertades civiles. Kyiv, 18 de octubre de 2023. Ph/ Center para las libertades civiles.

Para mí está claro que hay una falta general de experiencia que moldea la percepción de la ocupación en Occidente. Cuando te encuentras con personas de Europa del Este cuyos padres vivieron la ocupación soviética y luego con personas de Europa Occidental o de Estados Unidos que no saben realmente lo que es Rusia, pues lógicamente tienen perspectivas muy diferentes. El infierno que millones de ucranianos están soportando actualmente en los territorios ocupados es el resultado de la total impunidad de la que Rusia ha disfrutado durante décadas, si no más, con la connivencia de Occidente.

Cuando hablamos de la Segunda Guerra Mundial, siempre mencionamos los Juicios de Núremberg, donde los criminales de guerra nazis fueron castigados por los crímenes internacionales que cometieron. Sin embargo, el sistema del Gulag soviético nunca fue castigado ni condenado por ningún tribunal por el exterminio de pueblos indígenas, las deportaciones forzadas, la colectivización, la represión masiva, los campos de trabajo o la hambruna provocada para causar un genocidio de la población ucraniana (conocida como Holodomor, literalmente “matar de hambre”). Todas las atrocidades que el régimen soviético hizo a sus propios ciudadanos en las llamadas repúblicas soviéticas nunca se ha enfrentado ni abordado legalmente. Esa impunidad se ha convertido en una parte integral de la cultura rusa. Lo que hicieron entonces en la Unión Soviética es lo que están haciendo de nuevo ahora aquí. La historia se repite. Por eso, las personas de los países que han tenido algún contacto con esta realidad entienden mucho mejor lo que está ocurriendo.

Aquellos que no lo han vivido tienden a creer que en el siglo XXI la gente se ha vuelto más civilizada y que existe un pacto social universal de que no se puede matar, torturar o eliminar forzosamente a naciones enteras de la faz de la tierra. Pero la verdad es que el concepto de «sociedad civilizada», donde se respetan valores como los derechos humanos, el estado de derecho y el rechazo a la violencia, es frágil, superficial y distribuido de manera muy desigual por todo el mundo. En aquellos lugares donde prospera la cultura de la impunidad, las personas realmente creen que tienen el derecho de invadir otros países, matar a quienes disienten y borrar su identidad.

Siempre me pregunto: nadie en las sociedades occidentales siquiera pensaría en sugerir, «Dejemos simplemente a las personas que viven en territorios ocupados por ISIS a ISIS». Nadie lo diría porque todos entienden que ISIS es pura maldad. Incluso si no existiera la capacidad para liberar esos territorios, tales propuestas no se plantearían en el escenario internacional.

El mundo sabe muy poco sobre cómo es realmente la ocupación rusa. O no quieren saberlo. Enviamos decenas de informes a la ONU, la OSCE, el Consejo de Europa, la Unión Europea y los gobiernos extranjeros durante ocho años antes de la invasión a gran escala. Intentamos llevar este tema a los medios extranjeros. A nadie le interesaba lo que estaba sucediendo.

El mundo sólo prestó atención a los crímenes de Rusia en Ucrania después de la invasión a gran escala, cuando la guerra se acercó mucho a las fronteras de las sociedades occidentales y cuando algunos políticos finalmente comenzaron a darse cuenta de que, si no se detiene a Putin en Ucrania, seguirá avanzando más allá. ¿Qué significaría esto para alguien que vive en una democracia desarrollada de Occidente? Imaginemos a una joven, llamémosla Anna. Vive en Estocolmo y trabaja en el sector TIC. Nuestra experiencia indica que todo lo que Anna considera una vida normal desaparecería si su ciudad fuera ocupada por los rusos, tal como ha ocurrido en muchas ciudades de Ucrania.

La capacidad de expresar sus ideas desaparecería. Se le quitaría el derecho a votar libremente a quien ella quiera. Si Anna escribiera algo crítico en las redes sociales, acabaría en un sótano donde sería violada y torturada, sin que nadie supiera cuánto tiempo duraría la tortura ni si sobreviviría. Anna se vería obligada a enviar a sus hijos a una escuela militarizada, donde cantarían el himno nacional ruso durante las clases. Si decidiera preservar la identidad nativa ucraniana de sus hijos, quizás optando por la educación en línea, Anna sería advertida explícitamente de que, si su hijo no asiste físicamente a la escuela, perderá la patria potestad; su hijo sería entregado a una familia rusa para ser «educado adecuadamente».

Anna ya no podría rezar al Dios que haya elegido. Tampoco podría amar a quien desee. Imaginemos que Anna pertenece a la comunidad LGBTQ+. En ese caso, su vida personal se volvería imposible. El Tribunal Supremo de Rusia ha declarado al movimiento LGBTQ+ como una «organización extremista» y ha prohibido sus actividades. Si alguien es parte de la comunidad LGBTQ+ y expresa abiertamente su identidad, significa que supuestamente pertenece a un imaginario «movimiento LGBTQ+ internacional».

Anna tampoco tendría forma de proteger su propiedad. Si, por ejemplo, a alguien le gustara su apartamento, esa persona podría simplemente denunciarla a las autoridades, y eso sería suficiente: Anna terminaría en prisión o deportada a una región remota de Rusia, y el apartamento sería entregado a la «persona adecuada». Esto significa vivir con miedo constante. No se trata solo de vivir una doble vida, donde escondes quién eres, qué Dios adoras o qué idioma consideras tu lengua materna. Es una vida donde debes demostrar públicamente tu lealtad a la cultura rusa, cuya presencia se impone por la fuerza.

Para nuestra Anna, no existen mecanismos legales de protección, ni en Rusia ni en los territorios que ha ocupado. Rusia ignora el derecho internacional y los fallos de las organizaciones internacionales. En 2022, la Corte Internacional de Justicia emitió una medida de protección ordenando a Rusia cesar las acciones militares y retirar sus tropas de Ucrania de manera inmediata. Si Rusia ignoró un fallo de la Corte Internacional de Justicia, ¿qué se puede esperar de cualquier otro mandato de derechos humanos emitido por organizaciones internacionales?

Entendemos que los extranjeros asocian la cultura rusa con el ballet ruso, Dostoyevsky y Chaikovsky. Pero, en realidad, la cultura rusa, tal como la hemos vivido nosotros, son los cuerpos de civiles con las manos atadas a la espalda encontrados en las calles, yaciendo allí al raso hasta que el ejército ucraniano liberó esas ciudades. La cultura rusa es cuando los tanques rusos llegaron a Kherson y colocaron pancartas de Pushkin como señales de tráfico para marcar las nuevas fronteras del imperio en los territorios que han ocupado. Porque el imperio tiene un centro, pero no tiene límites. Si el imperio tiene energía, se expande indefinidamente.

Lo que la gente de otros países aún no logra entender es que actualmente están a salvo solo porque los ucranianos continúan resistiendo. Si Putin no es detenido aquí, avanzará más allá de nuestras fronteras y hacia otros países.

La cultura son los patrones de comportamiento establecidos en una sociedad determinada. Sin embargo, la atención del público suele centrarse en obras musicales, literatura o bellas artes, un patrimonio que fue creado hace muchos años. Detrás de esta fachada, que es utilizada activamente por la propaganda estatal rusa, es difícil ver cómo piensa la gente, cómo perciben el mundo, qué decisiones toman y qué acciones llevan a cabo. Siempre digo que lidiamos con las consecuencias de la cultura rusa. Nuestra tarea ahora es deconstruir uno de los pilares fundamentales de la cultura rusa: la impunidad.

Estamos restaurando los nombres de las personas, devolviéndoles su dignidad humana y afirmando que cada vida importa. Es decir, independientemente del origen social, la situación económica, la naturaleza del crimen o del interés que los medios de comunicación o las organizaciones internacionales puedan tener en el destino de alguien, al fin y al cabo se trata de una persona normal y corriente que vive bajo ocupación. Lucharemos para garantizar que quienes cometieron abusos contra esta persona ordinaria rindan cuentas. Nuestro trabajo trae la esperanza de que la cultura rusa, con sus patrones de comportamiento basados en la impunidad, pueda cambiar en el futuro.

Oleksandra Matviichuk en la ceremonia de entrega del Premio Nobel de la Paz. Oslo, Noruega, 10 de diciembre de 2022. Ph/Center for Civil liberties.

Estamos tratando con una cultura verdaderamente racista. Si se estudian las obras de Pushkin o de Lermontov, se puede observar lo degradantes que son y en qué términos describen a los pueblos del Cáucaso. Este rasgo imperial ahora se manifiesta en cómo la movilización militar se dirige principalmente a las poblaciones masculinas de las minorías y los pueblos indígenas de Rusia: los buriatos, los ingusetios, los chechenos o los tártaros. He hablado con varios representantes de los pueblos indígenas de Rusia, y afirman que han estado durante mucho tiempo bajo la amenaza de la aniquilación. Rusia prohíbe sus lenguas y sus culturas. En la República de Tartaristán, está prohibido estudiar en su idioma nativo en las universidades. Y cuando hablas el idioma de tu propio pueblo, te tratan como a un ciudadano de segunda clase. Además de esto, Rusia explota sus recursos naturales. Basta con mirar lo que está ocurriendo con el lago Baikal. Rusia mantiene a los pueblos indígenas en la pobreza, destruye sus élites culturales o los asimila. Y ahora, como ellos mismos dicen: «También perderemos nuestra población masculina, y eso será el fin: desapareceremos». Este también es un elemento racista de la cultura imperial, que aplasta a todos los pueblos subyugados dentro del Imperio Ruso.

Los logros globales de la cultura rusa están siendo utilizados como herramientas para la asimilación y destrucción de las culturas de otros pueblos. El Kremlin ha reclutado figuras como Chaikovski, Dostoyevski y Pushkin para servir a su agenda. Esto es típico de todos los imperios, que utilizan la cultura y el idioma imperiales para borrar las culturas y lenguas de los demás. En esencia, no hay nada nuevo en todo esto. Sin embargo, lo sorprendente es que esto esté ocurriendo en el siglo XXI. Todos los demás imperios han dejado de existir, han reexaminado su legado imperial o están en proceso de hacerlo. Pero Rusia sigue siendo un imperio que intenta sobrevivir en la era moderna.

Esta situación deja en evidencia a la comunidad internacional, que durante años nunca ha dado voz a los pueblos indígenas de Rusia. Es como si no existieran, como si los 140 millones de personas de la Federación Rusa fueran simplemente «rusos». Como si no existieran Yakutia (Sajá), Ingusetia, Daguestán, Chechenia, Tartaristán ni los pueblos de Siberia. La comunidad internacional se ha negado a verlos o a escucharlos, y, mediante este silencio, ha apoyado tácitamente al imperio en su aniquilación de estos pueblos.

Puedo entender que alguien de fuera de Ucrania pueda tener dificultades para imaginar lo que está ocurriendo aquí. Permíteme compartir una historia personal para ilustrarlo. Cuando comenzó la invasión a gran escala, el nivel de maldad se intensificó, y nos enfrentamos a una cantidad de sufrimiento humano sin precedentes. Al mismo tiempo, debido a mi trabajo en mecanismos internacionales de rendición de cuentas, tuve que empezar a viajar al extranjero ya desde mayo de 2022 para trabajar sobre estos temas.

Recuerdo el marcado contraste entre la realidad con la que trabajaba y las hermosas ciudades que visitaba, como Berlín, Ginebra, Washington, Roma y París. Los viajes eran muy largos porque no tenemos aeropuertos en funcionamiento. Se necesitan dos días para salir del país y otros dos para regresar. Es agotador, caro y lleva mucho tiempo. Así que comencé a agrupar mis viajes uno tras otro, embarcándome en «giras» que duraban varias semanas. Luego regresaba a casa para trabajar en el terreno.

Noté que, hacia el cuarto día de cada una de estas giras en 2022, comenzaba a sentir que me estaba volviendo loca. Era una disonancia cognitiva, como si todo lo que estaba contando no pudiera ser cierto. No podía ser real. En París, la gente reía, tomaba café y continuaba con sus vidas. Y ahí estaba yo, hablando de campos de filtración, de cómo las personas estaban siendo torturadas y asesinadas en decenas de sitios de detención identificados, justo en ese momento. ¡No podía ser cierto! Pensé que debía estar perdiendo la cabeza.

Esta desconexión en mi percepción solo desaparecía cuando regresaba a casa. De vuelta en Ucrania, la horrible realidad de lo que estaba sucediendo se hacía evidente de nuevo, y me daba cuenta de que no estaba loca, que simplemente era la insoportable verdad de nuestra nueva realidad.

Incluso alguien como yo, que ha estado trabajando en estos temas desde 2014, necesitó casi un año para que mi mente aceptara por completo esta horrenda realidad.

Hoy en día, solo podemos ser verdaderamente comprendidos por un extranjero con una experiencia similar o alguien con una empatía muy desarrollada y dispuesto a hacer un esfuerzo intelectual. Ninguna palabra puede transmitir completamente esta experiencia. Cuando digo «campo de filtración», alguien puede ver un video, escuchar o leer testimonios. Pero leer o ver es completamente diferente a vivirlo. Y, honestamente, realmente deseo que nadie tenga que pasar por esta experiencia porque es verdaderamente horrible. Pero esto crea una brecha, un abismo.

Puedes leer sobre los bombardeos, saber sobre ellos y ver fotos. Pero es una experiencia completamente diferente cuando eres tú quien está excavando entre los escombros con tus propias manos, como esta chica, Sofía, a quien entrevistaron mis colegas. Estaba tratando de sacar a su madre de los escombros de su casa, del sótano donde estaban escondidas, justo después de que fuera destruida. Ella intenta explicar su experiencia diciendo: «No tenía nada, solo mis manos. Los aviones rusos volaban sobre nosotros, y tenía miedo de que lanzaran otra bomba, pero tenía que sacar a mi madre para que pudiera respirar». Solo después de eso salió corriendo a buscar ayuda. Pero su madre murió.

Puedes leer sobre esto, pero hasta que no lo vives no puedes entenderlo verdaderamente. Me parecía que incluso este nivel de comprensión debería haber sido suficiente para unir fuerzas y detener la agresión rusa. Debería haber sido suficiente. Las personas no deberían tener que experimentar este horror en carne propia para entender que el mal debe ser castigado. Aunque solo sea porque el mal no castigado crece y se extiende por todo el mundo, como las malas hierbas. Otros dictadores observan las acciones de Rusia, ven que no ha sido castigada y se dan cuenta de que el sistema internacional no está funcionando.

Vivimos bajo la ilusión de un marco legal, de una cierta seguridad y protección de los derechos humanos. Pero, en realidad, tus garantías de seguridad en el mundo de hoy dependen únicamente del lugar donde vivas: si vives en un país con un fuerte potencial militar y con personas dispuestas a tomar las armas para defenderse (porque a veces tienes lo primero pero no lo segundo). Y este es un mundo muy peligroso.

Si no logramos detener el mal ahora, cuando el sistema internacional se está desmoronando y los dictadores lo desafían para obtener más poder en este mundo emergente de fuerza en lugar de un mundo de leyes, nos encontraremos en una caos tal que nadie estará a salvo.

Si el mundo se limita a expresar «profunda preocupación,» Rusia no se detendrá nunca. La lógica de los líderes autoritarios es muy clara: solo respetan el poder y la fuerza. Y mientras no contemos con un apoyo internacional suficiente, Rusia aprovecha este tiempo para seguir avanzando, y para capturar nuevos asentamientos. Actualmente, tenemos decenas de informes sobre nuevos secuestros, el uso de personas como escudos humanos y asesinatos, y no podemos hacer nada al respecto.  

Mientras tanto, los socios internacionales prohíben a Ucrania contraatacar con las armas proporcionadas. En otras palabras, Rusia puede atacar hogares, hospitales, museos y escuelas desde su territorio, mientras que a Ucrania no se le permite atacar objetivos militares desde donde se lanzan estos ataques en territorio ruso. De este modo, Rusia sigue penetrando cada vez más en Ucrania porque, incluso con las armas que tenemos, no se nos permite utilizarlas plenamente.

Oleksandra Matviichuk dando una ponencia durante la conferencia TEDxWomen en Estados Unidos. Atlanta, octubre de 2023. Ph/Gilberto Tadday.

Carecemos de líderes mundiales que comprendan que, más allá de las consecuencias a corto plazo, existen implicaciones a largo plazo y también un sentido de responsabilidad histórica. En pocas palabras, la actual resistencia ucraniana contra la agresión rusa está configurando nuestro futuro compartido, específicamente cómo será el nuevo orden internacional de seguridad y en qué se basará.

Rusia apuesta por que Ucrania eventualmente se quede sin fuerzas y que Occidente permanezca indeciso. Rusia cuenta con capacidades militares significativas y aliados que le suministran armas: Irán y Corea del Norte. Siria vota a favor de Rusia en la ONU. China contribuye importando tecnologías para la guerra. Si observas a estos aliados, representan culturas muy diferentes: diferentes historias, diferentes geografías. Pero hay algo que une a todos estos regímenes autoritarios: su visión de los seres humanos.

Ven a las personas como objetos a ser controlados. Niegan la dignidad, la libertad y los derechos de las personas. Las democracias, por otro lado, ven su papel principal como proteger al individuo, su dignidad, derechos y libertades. Por eso la autocracia y la democracia nunca encontrarán un terreno común. La mera existencia de un mundo libre es una amenaza para los dictadores, ya que significa que podrían perder su poder algún día.

Antes de febrero de 2022, yo entendía que una gran guerra podía suceder. La guerra ya estaba en marcha, y para quienes vivían en las zonas de conflicto o en los territorios ocupados, ya era una gran guerra desde 2014. Sus familias ya estaban divididas, sus hogares destruidos y sus seres queridos torturados. Por eso, esta distinción entre una «guerra pequeña» y una «guerra grande» no tiene sentido para ellos.

Pero para mí sí lo tiene, porque vivía lejos de las líneas del frente, en Kyiv, donde me dedicaba a documentar la situación. Comprendía que esta política de alentar al agresor pronto traería consecuencias negativas. Recuerdo haber viajado a Berlín y Washington con mis colegas para explicar por qué no debía construirse el gasoducto Nord Stream. Dijimos que lanzarían una invasión a gran escala una vez que Rusia lo completara. La única pregunta para mí era cuándo. Y si estábamos preparados para ello.

Es una cosa entenderlo intelectualmente y otra experimentar esa realidad. Nunca imaginé lo que estaba por venir. Quiero decir… no puedes prepararte para una invasión a gran escala. Teníamos planes de seguridad y sabíamos qué debíamos hacer como equipo, pero ¿de qué servía eso frente a una cantidad abrumadora de sufrimiento humano que te deja sin aliento? Cuando no hay nada que puedas hacer para salvar a las personas, para protegerlas. No puedes proteger a nadie, ni siquiera a ti mismo.

Me quedé en Kyiv cuando las fuerzas rusas rodearon la ciudad. Entendía muy claramente lo que estaba ocurriendo y lo que los rusos harían conmigo y con otras personas activas en la ciudad si entraban. Sentí rabia, y esa rabia me impulsó, como si fuera combustible. Siempre trabajo duro, pero trabajé más que nunca en esas primeras semanas y meses de la invasión.

Hablando crudamente, ¿qué sentido tiene tomar vitaminas o salir a caminar por la calle cuando ni siquiera sabes si estarás vivo mañana? Solo tratas de hacer todo lo que puedas con el tiempo que tienes. Y sentí rabia porque pensaba: «¿Qué derecho tienen?» Hace apenas diez años, salimos a las calles con la Revolución de la Dignidad y ganamos nuestra oportunidad de construir un país democrático. Y ahora vienen y te dicen: no, no tienes ese derecho. Vienen a mostrarte cuál es tu lugar. Es como lo que los soldados rusos dijeron a las personas que entrevistamos: «Estáis viviendo demasiado bien. ¿Quién os ha dado el derecho de vivir así? Deberíais vivir como nosotros.»

Son dos culturas completamente diferentes, la ucraniana y la rusa. Las encuestas sociológicas prueban que somos dos naciones distintas. Considera las dimensiones culturales de Hofstede o la Encuesta Mundial de Valores. Los ucranianos siempre priorizan la libertad. No tenemos una actitud sagrada hacia el poder; mantenemos una distancia muy corta con él. Los rusos responden a todas estas preguntas de una manera completamente diferente. Diferentes pueblos, diferentes naciones.

Sentí una inmensa rabia porque venían a decirnos quiénes somos y cómo debemos vivir. Quizás por eso decidí quedarme en Kyiv en aquel entonces. Tal vez fue algo irracional. Realísticamente, ¿qué podría haber hecho si los rusos hubieran tomado las calles de mi ciudad? Pero era mi ciudad. Mi familia, mis amigos y las personas que amo están aquí. No iba a marcharme.

Recuerdo que celebrábamos cada nueva mañana como una victoria, simplemente por haber superado otra noche, porque no olvidemos que en ese momento no estábamos recibiendo la ayuda que necesitábamos. No solo Putin, sino incluso nuestros socios internacionales, creían que Ucrania no tenía ninguna posibilidad frente a una máquina militar tan enorme. Ucrania recibió el primer tanque moderno solo un año después del inicio de la invasión a gran escala.

Oleksandra Matviichuk en Kyiv durante los apagones de 2022, causados por los ataques rusos a la infraestructura eléctrica ucraniana, encendiendo una vela en conmemoración del Día del Holodomor en Ucrania.

Además de la rabia, el amor fue la segunda emoción que sentí durante esas primeras semanas y meses. Porque vi una increíble ola de solidaridad entre la gente común: tantas personas ordinarias que, a su manera, comenzaron a hacer cosas extraordinarias. Y en esa oscuridad, en medio de la crueldad y el horror, mostraron los mejores ejemplos de lo que significa ser humano. Sentí amor, y me alegra que esa emoción se convirtiera finalmente en la dominante. No se puede llegar muy lejos solo con la rabia.

Rusia manipula el vocabulario de la Convención sobre el Genocidio, intentando justificar su agresión no provocada con el argumento de que está protegiendo a la población de habla rusa en el Donbás. Pero el fallo de la Corte Internacional de Justicia ya ha dejado absolutamente claro que no hay ninguna base legítima para la invasión de Ucrania. Si observamos las cifras, es Rusia quien ha matado al mayor número de personas de habla rusa en Ucrania. Basta con mirar las fotos de Vovchansk y otras ciudades ahora. Ver lo que están haciendo estas fuerzas «liberadoras». Roban lavadoras, violan a mujeres frente a sus hijos. Me pregunto por qué, después de diez años de guerra, la gente sigue preguntándome seriamente qué opino del último discurso de Putin. ¿Por qué molestarse en escucharlo?

En marzo de 2014, decía que el ejército ruso no estaba en Crimea, que cualquiera podía comprar un uniforme ruso en una tienda de excedentes militares, que no estaban allí y que nadie sabía realmente qué estaba pasando. Durante años, afirmó que había una guerra civil en el este de Ucrania. Su círculo cercano insistía en que no habría una invasión a gran escala y que Occidente solo estaba exagerando la situación. ¿Por qué seguimos creyendo sus palabras?

Creo que esta es una característica universal de todos los regímenes autoritarios: siempre mienten. Están construidos sobre mentiras. Por eso Václav Havel, en su lucha contra la Unión Soviética, ideó el concepto de «vivir en la verdad». Incluso si no puedes destruir las mentiras, al menos puedes elegir no vivir bajo ellas. Eso significa llamar al color negro «negro» y al blanco «blanco». Simplemente no entiendo por qué, después de diez años de guerra, todavía se espera que comente seriamente lo que dice el liderazgo ruso cuando han mentido tan descaradamente tantas veces.

Pero muchas personas en el mundo no quieren aceptar esto porque no quieren salir de su zona de confort, no quieren admitir que el mal solo se detendrá cuando se le haga frente, y no quieren tomar pasos firmes ni asumir responsabilidades. Muchos piensan: «Tal vez podamos negociar; es tan poco rentable hacer la guerra, y es irracional en el mundo de hoy». Simplemente no entienden, debido a que viven en otra cultura, que Putin no está loco. Es muy pragmático. Durante décadas, ha estado obligando a Occidente a aceptar lo que Rusia hace como un «hecho consumado». En Georgia o Siria, cuando dijeron que el uso de armas químicas era una «línea roja», luego quedó claro que no existía tal «línea roja», y Putin se dio cuenta de que podía seguir adelante. Occidente también falló con la ocupación de Crimea. Porque, ¿qué fue eso? Fue la primera anexión después de la Segunda Guerra Mundial. No había habido nada parecido durante décadas, no en nuestra parte del mundo. No hubo anexiones. Vio la débil reacción internacional y se dio cuenta: «¿Esto es posible? Ah bien, pues sigamos adelante.»

Quienes proponen dejar los territorios bajo ocupación no están diciendo la verdad. Deberían ser honestos y decir: «Dejemos a estas personas a la merced de la muerte y la tortura». Porque se trata de personas, no de tierras, dilo abiertamente. No lo llames paz; no lo llames compromiso. Y que eso sea recordado para la posteridad.  Porque la paz no es ocupación; es la libertad de vivir sin miedo a la violencia.

Predecir el futuro es una tarea ingrata. Sé que el futuro no está predeterminado, ni tampoco está escrito de antemano. Y sé con certeza que todo lo que estamos haciendo ahora importa. Nuestros esfuerzos, nuestra lucha, están moldeando ese futuro. Y eso tiene mucho valor: tener la oportunidad de luchar por el futuro que queremos para nosotros y para nuestros hijos.

La versión completa de la entrevista puede leerse en el tercer volumen de la serie “Viviendo la guerra”, titulado “Bajo la ocupación durante la guerra de Rusia contra Ucrania

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